El hormigón surgió hace unos 8.000 años al mezclar cemento con agua, arena y áridos. Se descubrió un material que podía moldearse fácilmente y, al endurecerse, ganaba en solidez, durabilidad y resistencia.
Según varios documentos, la primera construcción realizada con hormigón fue el pavimento de una cabaña en un territorio de la extinta Yugoslavia, en torno al año 5600 a.C.
En la Edad Antigua, los egipcios usaban mortero –combinación de arena con materia cementosa- para pegar bloques de piedra y levantar sus templos. De hecho, una parte de las pirámides de Gizeh (2600 a.C.) se construyó con hormigón. Además, en el mural de Tebas (1950 a.C.), se ven escenas de hombres preparando dicho material y aplicándolo en una obra.
Los constructores griegos y romanos fueron los primeros en descubrir que algunos materiales que procedían de depósitos volcánicos, cuando se juntaban con caliza, arena y agua, daban origen a un mortero de mucha más fuerza, capaz de soportar la acción del agua dulce y salada. La civilización romana empleaba el hormigón en la edificación de monumentos, así como en la red de agua potable y para evacuar aguas residuales.
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